La mujer en el budismo
- Casa Virupa
- 20 mar 2021
- 13 Min. de lectura
Actualizado: 1 may 2022
MĆ”s allĆ” de los tĆ³picos que nutren la percepciĆ³n que tenemos del budismo, en cuanto se empieza a sacar la cabeza por esta fascinante tradiciĆ³n milenaria, es normal que surjan ciertas preguntas. Como por ejemplo, quiĆ©n era el Buda o quĆ© le motivĆ³ a iniciar su camino. Y cuando se profundiza aĆŗn mĆ”s, y si encima nos interesa la perspectiva feminista, es inevitable preguntarse quĆ© papel han jugado y juegan las mujeres en el budismo -pues a simple vista parece que solo hay maestros visibles. Y, por quĆ© no, es normal preguntarse si hubiera sido posible que el Buda abandonara su mujer, su hijo y responsabilidades domĆ©sticas como lo hizo en pos de una verdad espiritual, si hubiera sido mujer.

Una historia androcƩntrica del budismo
En este artĆculo intentarĆ© distinguir dos focos: uno serĆ” el del trato y visiĆ³n de la mujer a lo largo de la historia del budismo, y otro es la consideraciĆ³n de la mujer dentro del corpus de enseƱanzas budistas. Es decir, atenderĆ© a un registro contextual e histĆ³rico en relaciĆ³n con la mujer, y a un registro filosĆ³fico, en tĆ©rminos de visiĆ³n.
Y dado que distingo dos niveles de reflexiĆ³n, tambiĆ©n eso implicarĆ” dos afirmaciones: la primera es que, atendiendo al sentido, la prĆ”ctica y los objetivos del budismo, podemos decir que el budismo es feminista. Sin embargo, esta afirmaciĆ³n convive con una realidad social distinta que me obliga a afirmar que, a la vez, que el budismo no es misĆ³gino, pero sĆ ha sido androcĆ©ntrico y se ha desarrollado bajo estructuras patriarcales. Eso sĆ, tratarĆ© de defender por quĆ©, y siguiendo a Rita Gross, ālos sistemas de privilegio y honra masculinos de orden patriarcal y androcĆ©ntrico no son budistasā (Gross 2005: 122).
Como puede que aquĆ hayan llegado personas familiarizadas con el budismo pero no con el feminismo, me permito aclarar quĆ© significan estos tĆ©rminos, ya que los utilizarĆ© en varias ocasiones. Por misoginia entendemos una visiĆ³n de la mujer como un ser inferior, implica un trato y consideraciĆ³n hostiles, asĆ como un fuerte sentimiento de aversiĆ³n hacia las mujeres. Por patriarcado entendemos la relaciĆ³n social de dominaciĆ³n en la que los hombres detentan una posiciĆ³n de poder y superioridad por encima de las mujeres. Y, finalmente, el androcentrismo presupone que el hombre es la medida para todas las cosas, es una forma de pensamiento que coloca a las mujeres en el esquema de ācosasā definido por los varones (Gross 2005: 43), por lo que la experiencia subjetiva de la mujer queda siempre subsumida a la del hombre.
Entonces, para empezar: ĀæquĆ© ha pasado con las mujeres a lo largo de la historia del budismo? Me encantarĆa decir que, por fin, voy a hablar de una historia excepcional en comparaciĆ³n a la de toda la humanidad; que la doctrina del Buda, puesto que rehĆŗye consideraciones misĆ³ginas, ha permitido que las mujeres fueran respetadas y recibieran un trato justo y equitativo. Pero no. Claro que no. En la historia del budismo, e igual que ha sucedido con otras tradiciones, las mujeres āhan sido encerradas en el silencioā (Tsultrim Allione 2007).
Dentro de la literatura especializada sobre el budismo, asĆ como en el gĆ©nero de biografĆas espirituales, las mujeres han sido una terra incognita (Gross 2005: 42), dado el carĆ”cter androcĆ©ntrico del legado budista. En realidad, hasta la fecha, la inmensa mayorĆa de relatos histĆ³ricos que nos llegan lo hacen bajo el paradigma del androcentrismo. Y si, Āæno por quĆ© sabemos tanto de la experiencia de los hombres en la guerra y tan poco sobre la vivencia de las mujeres durante los mismos acontecimientos? ĀæPor quĆ© conocemos a tantos hombres artistas hombres y, sin embargo, a tan pocas mujeres artistas? ĀæPor quĆ© nuestra historia estĆ” plagada de grandes hombres que cometieron hazaƱas increĆbles y, por el contrario, no sabemos nada de las mujeres con quienes convivieron y compartieron? Esto implica que nuestra visiĆ³n del pasado -y por lo tanto del presente y las oportunidades que presenta-, estĆ” sesgada. La historia en clave androcĆ©ntrica, por definiciĆ³n, no puede ser correcta, pues excluye a la mitad de la poblaciĆ³n en las experiencias, testimonios y relatos de las historias en minĆŗscula.
Volviendo al budismo, se conservan muchĆsimos relatos que cuentan las dificultades y las hazaƱas de monjes, laicos y yoguis en el camino a la iluminaciĆ³n, pero el mismo tipo de literatura protagonizada por mujeres es mucho menor. Pero el androcentrismo no solo implica que la experiencia de las mujeres sea ninguneada, sino que, a la hora de estudiar los eventos que impliquen a mujeres, es probable que los historiadores o acadĆ©micos que seƱalen la importancia de unos hechos u otros, tambiĆ©n lo hagan bajo este prisma. AsĆ por ejemplo, la estudiosa Rita Gross es muy crĆtica con que se haya hecho tanto hincapiĆ© en el momento en el que Buda dudĆ³ acerca de si aceptar a mujeres en sus orden monĆ”stica y, por el contrario, se haya omitido el relato del Therigatha, considerada una de las primeras antologĆas universales de la literatura femenina, un poemario que reĆŗne los logros y realizaciones de, precisamente, las primeras monjas que practicaron al lado de Buda.

Y os preguntarĆ©is: Āæpor quĆ© el Buda fue reticente a aceptar mujeres en su orden? Pues la respuesta que sostienen la mayorĆa de acadĆ©micos es que āel contexto social y cultural de la Ć©poca no estaba preparado para asumir una innovaciĆ³n tan radical y que la vida en la orden monĆ”stica se volverĆa algo mĆ”s complicadaā (Gross 2005: 62). Sin embargo, tambiĆ©n es la Ćŗnica ocasiĆ³n de la que se tiene constancia en toda la literatura del budismo de los orĆgenes en las que el Buda, primero reticente a introducir tal novedad en su comunidad, modifica su postura por la influencia de sus discĆpulos. Y este cambio en su planteamiento inicial lo retomarĆ© mĆ”s adelante.
Sin embargo, es cierto que, a lo largo de la historia del budismo, encontramos textos misĆ³ginos, que dudan de las posibilidades de las mujeres para practicar de verdad o alcanzar el nirvana, aunque estos jamĆ”s sean en boca del Buda -pues no hay ni un verso en todo el canon pali o la literatura antigua en la que el Buda dude de la posibilidad de la mujer de llegar al estado de despertar Ćŗltimo (Gross 2005: 63). TambiĆ©n hallamos textos, y ya especialmente a partir del budismo mahayana, que apuntan āa las enormes dificultades que supondrĆ” para una mujer alcanzar el despertar Ćŗltimoā, no por un problema inherente a las mujeres, sino porque las condiciones para ella siempre serĆ”n mucho mĆ”s arduas y peligrosas (Gross 2005: 106). El problema de esta visiĆ³n es que puede conllevar una especie de autocomplacencia, en la que las āpobres mujeresā deben adaptarse a unas condiciones sociales muy hostiles y no se haga un esfuerzo conjunto por combatirlas.
A medida que va desarrollĆ”ndose el budismo, y ahora nos volvemos a situar en el mahayana, encontramos cada vez mĆ”s textos que seƱalan que el Dharma o el despertar no es ni masculino ni femenino (Gross 2005: 116). Esto se debe a que una de las enseƱanzas centrales del budismo mahayana es la visiĆ³n del madyamika, que pone Ć©nfasis en el concepto de āvacuidadā. āSunyataā en sĆ”nscrito, vacuidad, significa la condiciĆ³n no sustancial ni esencial de los fenĆ³menos. Por lo que se es hombre o mujer solo en apariencia. AsĆ, el gĆ©nero no contiene nada fijo o inherente al individuo (Gross 2005: 110). En un texto emblemĆ”tico del budismo mahayana conocido como el Sutra de Vimalakirti, uno de los personajes femeninos que aparecen proclama que āla forma femenina y las caracterĆsticas innatas ni existen ni no existenā (Gross 2005: 115).
Tanto es asĆ, que en China encontramos representaciones andrĆ³ginas de Avalokiteshvara, el arquetipo de la compasiĆ³n, puesto que se considera que no es ni hombre ni mujer, y que adoptarĆ” la apariencia mĆ”s efectiva para ayudar (Gross 2005: 121), sea hombre, mujer, o ni hombre ni mujer. Pero a nivel social, las practicantes laicas y las monjas vivĆan un discretĆsimo protagonismo y las ayudas con las que contaba la comunidad monĆ”stica femenina siempre eran mucho inferiores a las de los monjes.
Si pasamos ahora al budismo vajrayana o tibetano, que histĆ³ricamente lo situamos a partir del siglo V d.C. y supone un cambio de paradigma respecto al budismo de los orĆgenes, como lo fue el mahayana. El budismo tĆ”ntrico o vajrayana seƱala āel carĆ”cter sagrado del mundo de los fenĆ³menosā (ā¦) lo que implica que ātodas las experiencias y emociones humanas son Ć”reas susceptibles de ser trabajadas y transmutadasā (Gross 2005: 124).

Esta rama del budismo es claramente mĆ”s favorable hacia la mujer respecto a las formas anteriores de budismo. No solo eso, sino que Rita Gross se atreve a afirmar que el budismo vajrayana con relaciĆ³n al tema que nos ocupa, āse encuentra entre las mĆ”s favorables que puede haber en las grandes tradiciones religiosas en cualquier momento de su desarrolloā (Gross 2005: 125). Ahora bien, esto no implica que el trato peyorativo o que la desconsideraciĆ³n hacia la mujer haya sido superada en esta forma de budismo: asĆ, por ejemplo, Yeshe Tsogyal, Nangsa Obum, Lakshiminkara y otras heroĆnas histĆ³ricas se enfrentaron a un sinfĆn de dificultades, a veces ataques y abusos, por el simple hecho de ser mujeres. Tampoco las estructuras de poder en la actualidad estĆ”n demasiado representadas por mujeres, y el sistema de reencarnaciĆ³n o de tulkus (Gross 2005: 137), fundamental en esta tradiciĆ³n, es sospechosamente masculino. Aun asĆ, los estudios coinciden en seƱalar que ālas mujeres tibetanas gozaron de mayor libertad y autodeterminaciĆ³n para adoptar una vocaciĆ³n religiosa independienteā pero, a la vez, ātuvieron muchas restricciones y puertas cerradas ante sĆā. (Gross 2005: 133).
A nivel doctrinal o filosĆ³fico, el principio femenino resulta primordial y se admira enormemente la grandeza espiritual en el pasado o actual de algunas mujeres, monjas o laicas. AsĆ por ejemplo, la figura de la yoguini, que no es ni monja ni seglar, adquiere un protagonismo muy importante. Suelen ser itinerantes, viajan de un lugar a otro, por lugares como TĆbet o Nepal, a veces solas, a veces con otras yoguinis, o en otras ocasiones con yoguis, y se instalan en sitios aislados para practicar de forma intensiva durante periodos largos. Si bien en algunos casos no tienen una gran formaciĆ³n filosĆ³fica, son conocidas por alcanzar estados de meditaciĆ³n avanzados y por ello muchos practicantes parten en su bĆŗsqueda para que se conviertan en sus maestras de meditaciĆ³n (Gross 2005: 135).
Pero no solo eso, el budismo tĆ”ntrico cuenta con algunos aspectos doctrinales que, bien entendidos y practicados, deberĆan suponer una enorme y profunda consideraciĆ³n hacia la mujer. VeĆ”moslo: Sakya Pandita, uno de los maestros mĆ”s importantes del TĆbet y uno de los fundadores de la escuela Sakya, en el siglo XI resumiĆ³ las obligaciones de los seguidores del tantra, en forma de 14 votos tĆ”ntricos o samayas que debĆan seguir. Los samayas no son mera formalidad, al contrario: tienen un enorme peso en el budismo vajrayana y deben ser tomados en cuenta como eje para la prĆ”ctica (Gross 2005: 154). Y dice asĆ:
Si alguien denigra a las mujeres que gozan de la naturaleza de la sabidurĆa, incurre en la decimocuarta falta grave. Es decir, las mujeres son el sĆmbolo de la sabidurĆa y de sunyata, y dan muestra de ambas. Es, por tanto, una falta grave vituperar a las mujeres de cualquier modo posible, diciendo de ellas que no poseen mĆ©rito espiritual alguno y que estĆ”n hechos de elementos que no son limpios, sin considerar sus buenas cualidades. (Gross 2005: 154).
Este voto supone que en ningĆŗn caso debe denigrarse a las mujeres porque ellas comparten la naturaleza de la sabidurĆa y exhiben sabidurĆa y sunyata. Evidentemente, y siguiendo a Gross, que fuera necesaria la creaciĆ³n de un voto tan explĆcito seƱala que las mujeres eran denigradas por algunos budistas y, a la vez, que el menosprecio es un obstĆ”culo para el desarrollo espiritual (Gross 2005: 154).
Para entender este aspecto bastante esotĆ©rico segĆŗn el cual la mujer āes de la naturaleza de la sabidurĆa y exhibe sabidurĆa y sunyataā, hay que introducir algunos conceptos claves del budismo vajrayana. Esta rama del budismo considera que la no dualidad o la coincidencia de los opuestos como una meta a lograr, un estadio de realizaciĆ³n espiritual completo. AsĆ, el principio femenino y el masculino forman una ādĆada unitariaā, que se simboliza en las representaciones iconogrĆ”ficas con el abrazo sexual entre un hombre y una mujer (Gross 2005: 157), pero tambiĆ©n se utilizan otros pares como āla campana y el vajra, la izquierda y la derecha, el sol y la luna, las vocales y las consonantes, el rojo y el blancoā (Gross 2005: 157).
AsĆ, el principio femenino representa el espacio que todo lo abarca, de donde surgen y se manifiestan los fenĆ³menos. El espacio es vacĆo y, a la vez, sabidurĆa, que se considera āfemeninoā. Esta es la razĆ³n por la que en muchas prĆ”cticas meditativas se seƱala la naturaleza sagrada y reverenciable de los Ć³rganos sexuales femeninos. El principio masculino es lo albergado por el espacio, y es la activida y la compasiĆ³n. De modo que, sabidurĆa y compasiĆ³n resultan inseparables en el budismo vajrayana porque, siguiendo el planteamiento del madyamika, āforma es vacĆo pero vacĆo es asimismo formaā. (Gross 2005: 158). Ahora bien, es fundamental entender que āno son dos entidades separadas ni constituyen una Ćŗnica entidad, son una unidad diĆ”dica (ā¦), ambas se interpenetran, son inseparables entre sĆ y se necesitan mutuamenteā (Gross 2005: 157).
Insisto en que esta Ćŗltima idea es importante porque una posible crĆtica a esta visiĆ³n es presuponer que el ideal de prĆ”ctica consiste en emular y desarrollar el principio que mejor se acople al sexo fisiolĆ³gico: asĆ, las mujeres deberĆan cultivar y potenciar el principio femenino, y los hombres el masculino. De modo que las mujeres deberĆan trabajar actitudes silenciosas y quietas, mĆ”s pasivas; y los hombres, por el contrario, deben estar siempre ocupados en salvar el mundo y ser menos adaptables Gross 2005: 160). Por supuesto, este es un error base de comprensiĆ³n: no, a los estudiantes se les anima a desarrollar tanto la sabidurĆa como la compasiĆ³n, y de ahĆ que todas las prĆ”cticas vajrayana implican un uso equitativo tanto de un principio y de sus representaciones como del otro.
Finalmente, para cerrar la revisiĆ³n del budismo tĆ”ntrico, otro aspecto fundamental es la figura de la dakini o khandro, que significa āla que baila en el espacioā. La dakini tiene cuatro aspectos: uno secreto, que es āla manifestaciĆ³n de los aspectos fundamentales de los fenĆ³menos y de la mente, la naturaleza de la sabidurĆa sin forma de la mente mismaā (es decir, el espacio y sabidurĆa del que he hablado); otro aspecto interno, que representa āla deidad de meditaciĆ³n que personifica las cualidades del despertar Ćŗltimoā; un aspecto exterior, que representa āla red enĆ©rgica de la mente encarnada en los canales sutiles y el aliento del yoga tĆ”ntricoā y el nivel Ćŗltimo, en la que considera que ācualquier mujer es un tipo de dakiniā. (Simmer-Brown 2007: 34).
AsĆ, tras hacer un repaso de las formas histĆ³ricas que ha asumido el budismo respecto a la mujer, y siguiendo a Rita Gross apunta, podemos llegar a tres generalizaciones.
La primera es que el rol y representaciĆ³n de las mujeres siempre se ha mantenido en debate, y de ahĆ han surgido dos posturas. Una de ellas es, -y lamentablemente es a la que estamos muy acostumbradas en muchos Ć”mbitos de nuestras vidas-, apunta a una visiĆ³n negativa de las mujeres. Esta visiĆ³n se expresa en tĆ©rminos misĆ³ginos o bien en tĆ©rminos compasivos por un colectivo que encuentra tantas dificultades para existir. La segunda postura considera que las mujeres tienen exactamente las mismas capacidades espirituales que los hombres, que el gĆ©nero no importa en absoluto para los logros espirituales e āincluso que, para sujetos inusualmente motivados, la feminidad es una ventajaā (Gross 2005: 176). Hay que remarcar que las dos visiones respecto a la mujer conviven y hay evidencias de su existencia en todas las formas y periodos del budismo.
La segunda tendencia a la que apunta Gross, respecto a ālos roles e imĆ”genes de las mujeresā, es que en las formas mĆ”s tardĆas del budismo va ganando relevancia la idea segĆŗn la cual no se deberĆa ejercer ninguna forma de discriminaciĆ³n hacia las mujeres y que el gĆ©nero resulta una categorĆa sin importancia en la vida espiritual: es decir, que la realizaciĆ³n espiritual no depende de si se es hombre o mujer.
La Ćŗltima generalizaciĆ³n indica que, si bien la visiĆ³n histĆ³rica mayoritaria ha sido aquella segĆŗn la cual el nacimiento femenino representa un problema, en realidad resulta mucho mĆ”s apropiado y coherente con la doctrina budista que el gĆ©nero no sea determinante para la prĆ”ctica del Dharma (Gross 2005: 176).
Voy a terminar desarrollando un poco esta Ćŗltima idea. El budismo, āa pesar de no haber considerado en profundidad las convenciones de gĆ©nero como un aspecto del ego imbuido en el sufrimientoā (Gross 2005 196) -y eso es realmente raro viniendo de una tradiciĆ³n con un hondo conocimiento sobre cĆ³mo se configura la identidad-, comparte la pretensiĆ³n del feminismo interseccional de liberar a los seres del sufrimiento. Porque el budismo parte de la constataciĆ³n de la condiciĆ³n interdependiente de la realidad y, por ello, especialmente en el mahayana y el vajrayana se entiende que no puede haber una felicidad plena si Ć©sta no pasa por un compromiso con el bienestar de todos los seres, sin excepciĆ³n. Por ello puede suscribir la afirmaciĆ³n de Audre Lorde segĆŗn la cual āno hay nada como la lucha de un solo problema porque no vivimos vidas de un solo problemaā.
No podemos decir que el feminismo sea budista, en tanto que es un movimiento muy diverso y plural, y no todas las feministas se avendrĆan a compartir algunos supuestos filosĆ³ficos budistas, pero es innegable que, a pesar de las diferencias que pueda existir, y tal y como dice Gross, hay una enorme semejanza entre ambas visiones. Pues las dos āexaminan la forma en que los patrones de comportamiento habituales del ego suponen una traba para el bienestar bĆ”sicoā (Gross 2005: 196). Pero en este sentido, y dado la experiencia, bagaje y compromiso del feminismo para atender las distintas esferas de la polĆtica, la economĆa y la organizaciĆ³n social (Gross 2005: 200) y a las distintas manifestaciones del sufrimiento que ahĆ se expresan, el budismo actual tiene mucho que aprender del feminismo.
Por su parte, el budismo puede dotar el activismo feminista de herramientas para aprender a manejar la ira que, bien empleada, es Ćŗtil pero no tan corrosiva ni agotadora. Por Ćŗltimo creo que es importante reivindicar lo que dice Gross y es que las enseƱanzas budistas sobre el sufrimiento pueden ser un recordatorio Ćŗtil para comprender que, en Ćŗltima instancia, el sufrimiento y angustia que experimenta el ser humano no se eliminarĆ” en una sociedad post-patriarcal (Gross 2005: 199). EstĆ” claro tambiĆ©n que, si el budismo quiere mantenerse fiel a su propia visiĆ³n, debe trascender las estructuras patriarcales y el sesgo androcĆ©ntrico (Gross 2005: 224).
El machismo y otras formas de opresiĆ³n son sistĆ©micos. Es decir, forman parte del ADN de nuestros sistemas sociales, polĆticos y, como animales gregarios que somos, tambiĆ©n de nuestras prĆ”cticas y discursos cotidianos. Pensar que la prĆ”ctica del Dharma nos protege del machismo y que nos convierte, de facto, en personas que no discriminan, es peligroso. Reducirlo todo a la vacuidad o a la realidad Ćŗltima es olvidar la realidad relativa y el sufrimiento de los seres. En este caso, de todos los que sufren alguna forma de opresiĆ³n. Como todas las cosas importantes, la perspectiva de gĆ©nero no solo se piensa o se discute, se practica, y debe aplicarse tambiĆ©n en el budismo. Pero esto no es algo que deberĆa asustar a ningĆŗn practicante budista. El mismo Buda replanteĆ³ su posicionamiento y accediĆ³ a modificar la estructura de su orden. Y es que el Dharma consiste, bĆ”sicamente, en sacudir nuestros presupuestos y asunciones, y arrancar de cuajo todo aquello que no sirva a un propĆ³sito compasivo y sabio. AsĆ que sĆ, son tiempos para que la espiritualidad sea feminista.
BibliografĆa empleada:
Gross, Rita (2005). El budismo despuƩs del patriarcado. Trotta: Barcelona.
Simmer-Brown, Judith (2007). El cƔlido aliento de la dakini. MTM Editores: Barcelona.
Tsultrim Alione (2007). Mujeres de sabidurĆa. La Liebre de Marzo: Barcelona