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Foto del escritorCasa Virupa

Sentarse a meditar: una práctica, no un discurso.

Actualizado: 22 jul 2022

Es sinceramente extraño reivindicar la necesidad de silencio hablando o, en este caso, escribiendo, lo reconozco. Desde el principio, este texto es un fraude, porque no hace lo que predica. Asumiendo esta incoherencia de entrada, vamos a ver si podemos sacar algún provecho de este paradójico ejercicio, que por lo menos dará voz a maestros que diagnostican este mal pandémico entre las practicantes de hoy en día.


La reflexión toma forma gracias a la lectura de un fragmento del libro No para ser feliz en el cual Dzongsar Khyentse Rinpoche pone su agudeza al servicio del ejercicio paradigmático del Dharma: desengañarse. Su diana somos, cómo no, las budistas, las que descansamos en considerarnos practicantes comprometidas con el estudio, la contemplación y la meditación de la enseñanza del Buda. Una de las formas más explícitas de demostrar nuestro interés es hacer preguntas a la maestra. Sin embargo, desde su larga experiencia como receptor de millares de preguntas de estudiantes aparentemente comprometidas, Rinpoche diagnostica en ese hábito una grave forma de procrastinación, una excusa sofisticada para retrasar el momento de concretar la práctica, de aplicar:


Los practicantes modernos sienten la necesidad de plantear preguntas más pormenorizadas una y otra vez, pero en realidad no es necesario, en especial porque la inmensa mayoría de los denominados problemas que se les plantean a los practicantes apenas si son problemas en absoluto. (...) La razón principal por la que recibimos enseñanzas es primero contemplarlas y luego ponerlas en práctica. (...) Hoy en día, sin embargo, hacer muchas preguntas se ha convertido en otra forma algo sofisticada de holgazanería. Es como si quisieras que otro lo hiciera todo por ti.



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Esta punzante observación recoge uno de los mensajes transversales del libro, que es que a menudo nos enredamos demasiado con las teorías y los conceptos; es decir, en la búsqueda de certezas antes de empezar a practicar. Para Rinpoche, esta excusa en forma de extrema precaución obstaculiza la única práctica auténtica posible, que no es otra que jugar con las cartas que tenemos: con nuestras dudas, nuestras flaquezas y torpezas, para familiarizarnos con ellas y hacerlas madurar.


A menudo les digo a los practicantes, en especial a los noveles, que nadie puede aprender todo lo que hay que saber (...) y entonces empezar a practicar. (...) Ningún estudiante de lengua se imagina que puede aprender el vocabulario y la gramática completas de un nuevo idioma de una tacada, para luego de inmediato hablarlo a la perfección. (...) La práctica del darma sigue un patrón similar. Y la mayor parte de lo que aprendemos proviene de los errores que cometimos mientras practicábamos.


Esta insistencia en despojar la práctica de todas sus imitaciones artificiosas, en revisar la motivación que se esconde tras su aparente decencia, es uno de los rasgos indiscutibles del Dharma en acción, del Dharma como propuesta práctica, como entreno mental, como reeducación en el seno de la comunidad de maestras y discípulas. Pero ese ejercicio impagable de desenmascaramiento no se podrá dar si no permitimos que comience la función y, a menudo, las profundas disquisiciones entre discípulas y maestras o, directamente, dentro de las cabezas de discípulas a quien les sobran libros y les faltan certezas como para exponerse ante una maestra, son pesos que no permiten que se levante el telón.



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Es exactamente la misma insistencia de la que no se puede escapar nadie que se exponga a las enseñanzas de Lama Norbu, maestro residente de Casa Virupa. Tanto en la sala de meditación como, todavía más, en su acompañamiento y en el día a día compartido con él, se esfuerza en hacernos entender desde todos los ángulos posibles que la practicante es siempre, siempre, una aprendiz, un intento. Alguien que se atreve a caminar sin tener todas las respuestas y las certezas, que se sabe incompleta o en camino y, justamente por eso, ávida de aprender. En otras palabras, decía hace pocos días que alguien que se cree que ha entendido de qué va el Dharma, que ya tiene una posición respetable, es un “fracaso” como practicante.


Desde esta reflexión, no sorprende, pues, que Dzongsar Khyentse Rinpoche diga que hay muy pocas practicantes de Dharma, que la mayoría somos curiosas o estudiosas del Dharma que mantenemos, no obstante, la obsesión por afirmarnos, por ser alguien, por ser reconocidas, por tener un buen puesto y por evitar cualquier susto que hiciera tambalear las múltiples máscaras que nos cuelgan por todas partes y no nos permiten hacer ni un paso:


La mayoría de nosotros, sin embargo, no somos para nada practicantes del darma. Puede que seamos estudiantes del darma que se interesan y están inspirados por él, pero ser un practicante del darma es un asunto bien distinto. Un practicante puede ver tanto la futilidad de los ocho darmas mundanos como hacer el esfuerzo heroico sumamente difícil, si no imposible, de reunciar a ellos.


¿Implica esto que ser una auténtica practicante es incompatible con hacer preguntas, con estudiar, con compartir nuestras dudas con las maestras? Rotundamente no. Pero sí que implica una relación justa, prudente, con la palabra. Alguien que sabe que mientras no practica está acrecentando el sufrimiento en el mundo y en sí misma, no querrá perder el tiempo en discusiones estéticas con su instructora ni retrasar la aplicación de sus consejos hasta tener una certeza tan sólida como imposible. Sus preguntas, su relación con la palabra, se moverán por lo que Jigme Khyentse Rinpoche describe como la condición esencial para la práctica: la sed. Sed de Dharma, sed de abrir el corazón compasivamente a los otros, sed de comprender mejor y así desenredar los engaños que nos hacen sufrir y causar sufrimiento. Para esta practicante, ¿cuál puede ser el atractivo hablar en vez de practicar?


Pero si tantos maestros insisten en este mal no es por pura casualidad. Es probable que sea una dolencia especialmente peligrosa en nuestras sociedades, en las que pocas personas están familiarizadas con el budismo. Ocurre que, al haber apenas recibido algunas enseñanzas, nos convertimos en portavoces del Dharma y, así, corremos el riesgo de creer que, como lo podemos explicar, ya nos lo sabemos. Se trata del peligro aterrador de que la cháchara mental con terminología budista sustituya el acto íntimo de, entre toda la confusión, recuperar las instrucciones y transformar nuestra mente con alegría; y no asentarnos nunca, nunca, en creer que ya lo tenemos.


Esa sed, esta mente de principiante, esta testaruda humildad es lo que, en palabras de Juan Arnau, caracteriza la figura de la bodhisattva: aquella que nunca se detiene, espoleada por la motivación infinita de la bodhichitta, el deseo de desenmarcararnos completamente para poder poner toda nuestra virtud, nuestra lucidez, nuestra amabilidad, nuestra habilidad, al servicio de todos los seres sufrientes:


el bodhisattva renuncia a entrar en el nirvana y se establece en el samsara para rescatar a los seres que allí sufren. Es un altruismo perfecto o ideal porque, dado que los seres del universo son infinitos, la tarea de salvarlos a todos nunca llegará a su conclusión. [...] La esencia de la persona radica en lo que le falta. No estamos acabados ni somos seres completos. Lo que nos falta se atisba pues en el horizonte y hacia ello nos dirigimos. Pasión de futuro y voto de bodhisattva convergen en esta perspectiva.


Lama Norbu indicaba hace pocos días un síntoma de haber soltado la actitud de aprendiz: la pérdida de entusiasmo. La relación con el Dharma, la admiración a las referentes, la vigilancia introspectiva hacia nuestra propia mente: todo languidece. Claro, ¡qué triste sería que realmente lo hubiéramos entendido, si todo lo que podemos lograr es efectivamente lo que ya tenemos! Recordemos, pues, esta pista, y la próxima vez que nos sintamos desanimadas, en vez de lamernos las heridas del desconcierto y el desánimo los males menos desconcertante u originales de nuestros tiempo, preguntémonos: ¿en qué momento nos hemos despistado pensando que ya lo teníamos y frustrándonos después al constatar que no era así? La buena noticia es que incluso esta frustración tontorrona tiene cabida en el camino, si recordamos que el camino es justamente para las que estamos aprendiendo a recorrerlo.



Si te interesa la meditación de verdad, no solo como una teoría sino una práctica y quieres integrar el hábito de meditar cada día...


Bibliografía:

  • Arnau, Juan (2013). La palabra frente al vacío. Filosofía de Nagarjuna. México: Fondo de cultura económica.

  • Khyentse Rinpoche, Dzongsar (2014). No para ser feliz. Una guía para las llamadas prácticas preliminares. Alicante: Ediciones Dharma.

  • Khyentse Rinpoche, Jigme; Enseñanzas en Casa Virupa, octubre 2018.


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