El capítulo dedicado a la introspección vigilante del maestro budista Shantideva es, en realidad, una invitación a la práctica. Y, como no podía ser de otra forma en uno de los máximos exponentes del budismo mahayana, de una práctica no-violenta.
Shantideva entiende que la introspección vigilante es aquello nos permite detectar qué pensamientos quieren entrometerse en los muros de nuestra mente. De ahí que, en algún momento, utilice la imagen empleada en el budismo de la introspección como el vigía de una fortaleza. Gracias a este ejercicio mental, somos capaces de discernir con claridad qué pensamos y cómo lo pensamos y decantarnos por acciones virtuosas o no virtuosas.
En ese sentido, la práctica o acción virtuosa por excelencia es la de no molestar, no reaccionar, suspender la acción ante un mínimo atisbo de emociones aflictivas: por ello el sabio budista exhorta al lector a “permanecer inmóvil como un leño”. El bodhisattva no puede permitirse el lujo de criticar, enfadarse, apegarse, desear adulación ni cualquier otro mecanismo que engrandezca su yo y lo despiste de su tarea fundamental, que es la de servir a los demás en lo que sea que requieran del bodhisattva: ya sea su cuerpo, palabra o mente.
Una vez se ha amansado la mente, Shantideva propone una serie de instrucciones muy concretas que el bodhisattva debe tener en cuenta a la hora de actuar con los demás. Si bien algunas podrían sorprender al lector por parecer más similares a unas pautas de corrección política y social que a un practicante espiritual, en realidad responden a la voluntad de que el bodhisattva resulte una figura agradable y atractiva para los seres. No en un gesto personalista sino, precisamente, por todo lo contrario. Ya que él o ella se erige como portavoz del Dharma y, por lo tanto, como posible puente a este precioso camino, que el efecto que deje en los seres con quienes interactúe sea positivo resultará fundamental.
Para concluir, es preciso recordar que este entrenamiento no solo resulta beneficioso para los demás, sino que previene al propio bodhisattva de mucho sufrimiento, pues resulta más sencillo amoldar la mente a una realidad por definición hostil y cambiante, en vez de exigir que el mundo satisfaga sus demandas: es preferible que usemos calzado a acolchar la tierra entera para proteger nuestros pasos.
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