La mayoría tenemos una idea formada de lo que es la meditación. Una forma fácil de ver cuál es la opinión generalizada respecto a un asunto es preguntarle a Google. Al fin y al cabo, Google posiciona más arriba lo que más interesa a sus usuarios, es decir, los enlaces y las páginas que más clicks y visitas tienen. Pues bien, cuando buscamos "mujer meditando", Google propone como una de las primeras opciones esta imagen:
Las otras propuestas de Google son muy similares. Parece que un mismo patrón se repite: mujer joven, caucásica, figura delineada, en paisajes idílicos o en interiores tremendamente sobrios y asépticos. Si buscamos "hombre meditando" el patrón es prácticamente el mismo, sólo que alguno aparece en traje. Evidentemente, nada de esto nos dice qué piensa la gente realmente respecto a la meditación, pero vamos a aventurarnos y fantasear con cuál es la imagen preconcebida del meditador.
Es joven, ronda los 30 - 40 años. Dando a entender que se encuentra en una de las mejores épocas vitales: ha adquirido cierta madurez como para que te lo puedas tomar en serio pero no tanta como para resultar aburrido/a.
Es atractivo/a. Sólo la gente guapa medita. Y, por si no lo sabías, al potenciar la respiración abdominal, los músculos se delinean solos, tu figura se estiliza y por un efecto súper mágico, fruto de una mente con alta capacidad de concentración, la celulitis desaparece.
No tiene otros rasgos físicos que los que habitualmente se asocian a los occidentales. Todo el mundo lo sabe: la meditación y Asia nunca han tenido nada que ver. La inventaron los Beatles cuando fueron a... ¡Huy!
Para meditar es indispensable comprarse un ático en el que no haya muebles —vaya, que no puedas habitarlo, tan sólo meditar—, donde las paredes y suelos sean blancos o, si no te lo puedes permitir, tendrás que ir a la campiña francesa o a Cadaqués a hacer tus meditaciones.
Todo el mundo medita cuando sale o se pone el sol. La OMM (Organización Mundial del Meditador) ha prohibido hacerlo a otras horas. No es suficientemente espiritual.
Meditar no es lo que piensas
Si has llegado hasta aquí seguramente has notado el tono irónico de los anteriores puntos y te estarás diciendo: "bueno, ahora en serio, ¿a qué o a quién se parece de verdad un meditador?". Obviamente esta publicación no va a responder a esta pregunta. Quien escribe estas líneas no tiene ni idea de lo que es de verdad un meditador. Tan sólo tiene cierta experiencia meditando, la ha compartido con otras personas que meditan habitualmente y ha leído algunas cosas sobre la meditación.
Y lo que concluye es que, si tuviera que ilustrar la idea de un meditador, lo haría con esta imagen:
Efectivamente: Mel Gibson caracterizando al personaje histórico William Wallace en la película Braveheart.
¿Y qué tiene que ver un meditador con un soldado escocés que luchaba por la independencia de su tierra? Voy a intentar explicarlo:
Quien medita necesita muchísimo coraje.
Primero, el coraje de nadar a contracorriente: ¿con la de cosas que hay que hacer y tú vas a sentarte y centrarte en tu respiración? Nuestros tiempos no dan tregua: hay que moverse rápido porque siempre hay algo excitante y urgente a la vuelta de la esquina. El meditador tiene la valentía de decir "no" y se da tiempo.
Segundo, el coraje de observarse a uno mismo: quien medita espera conocerse mejor, profundizar en la percepción que tiene de sí mismo. E, igual que cuando hay que hacer una limpieza a fondo encontramos sorpresas desagradables por el camino, cuando meditamos nos vemos ante situaciones del tipo: "¿de verdad me enfado tanto?" o "¿tan importante es mi opinión que interrumpo sistemáticamente a mis interlocutores?". Para qué negarlo: la lista es inmensa. Y el coraje resulta una muleta imprescindible si se quiere seguir practicando.
Por supuesto, el coraje no es porque sí. Es una herramienta fundamental para alcanzar el objetivo del meditador: la independencia. Vaya, que el meditador trabaja con empeño para no ser esclavo de su jefe, ni de sus amigos, ni de su pareja, ni de lo que se supone que está bien, pero tampoco de sus emociones o de sus pensamientos. El meditador suele exhibir la autonomía como su bandera.
Quien medita suele rodearse de compañeros que luchan por un objetivo común: la independencia de la que estamos hablando. Son los que gritan junto a Mel Gibson en la película y los que se animan con su discurso final. Si son de calidad, le recordarán que se está exigiendo demasiado cuando se pase de la raya, o le animarán a perseverar cuando esté distrayéndose.
Meditar tiene algo de heroico. El meditador tampoco mide dos metros, ni echa rayos por los ojos, como dice Wallace en la película, pero su determinación y pasión por la autenticidad le honran.
Muchos meditadores han empezado a meditar al preguntarse si no había una tierra "libre de la tiranía" —en este caso, la tiranía de las emociones aflictivas, del egocentrismo y del ego—, donde pueda conducir a sus compañeros de camino, donde puedan vivir en armonía. Cuidar de los demás es una de las motivaciones más hermosas y eficaces para el meditador.
El meditador podría tener un semblante apacible mientras hace su práctica, pero muchas veces estará viviendo una batalla similar a la de William Wallace. Algunos pensamientos tienen una fuerza asombrosa y no dejarse llevar por su flujo discursivo es muy difícil. El meditador ha decidido aplacar a ese tipo gritón y saboteador que le dice cómo tiene que actuar aunque el meditador se haya prometido el silencio y la pausa. José Mota lo ilustra muy bien:
Para acabar, hay que reconocerle a Google que el meditador es, en realidad, muy atractivo. Tan sólo lleva unas cuantas capas de barro y de pintura que ocultan su belleza. El desmaquillante es, por supuesto, la propia técnica de la meditación.
Y no menos importante —no vamos a concedérselo todo a Braveheart—, el meditador no emplea la violencia para tratar con los demás. Utilizará la contundencia, entendida como esfuerzo y perseverancia, únicamente contra sus propias emociones aflictivas.
Como muestra de lo explicado, un botón. Shantideva, un excepcional maestro budista de quien ya hemos hablado en alguna ocasión, decía lo siguiente:
"Debo entregarme a la destrucción de las turbaciones constantemente, sin retroceder. Las atraparé y descargaré mi furia sobre ellas; las combatiré a todas (...) Que desparramen mis entrañas, que hagan rodar mi cabeza; de ningún modo me doblegaré jamás ante mis enemigos las turbaciones".
"Toda la felicidad que hay en el mundo existe porque hemos deseado la felicidad a los demás; todo el sufrimiento que hay existe porque sólo hemos pensado en nuestra propia felicidad".
Contundente es poco, ¿verdad?
¡Coraje, meditadores y futuros meditadores! Tan sólo vuestra práctica podrá derrotar a Google y, mejor aún, garantizaros...
¡LA LIBERTAAAAAD!
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